martes, 23 de febrero de 2016

"A los soñadores se les toma por tontos en España, mientras que EE.UU. invierte en ellos"

                                                                      (Fuente: 20 minutos)

Cinco estudiantes de la Universitat Politècnica de València (UPV) ya forman parte de la historia científica. En enero y a sus veintipocos años, Ángel, Daniel, Germán, David y Juan aterrizaron en Texas con una mochila cargada de optimismo e ilusión. Pero, sobre todo, con ganas de demostrar al mundo —en concreto a SpaceX y a Elon Musk— que el futuro de la ciencia se asienta en España. Otras imágenes 2 Fotos Su viaje de cuatro días a Estados Unidos tenía como objetivo asistir a un concurso sobre el tren del futuro, el Hyperloop, revolucionario porque permitiría recorrer grandes distancias en pocos minutos a una velocidad superior a los 1.000 kilómetros por hora. En ese concurso competían más de 160 equipos de universidades de todo el mundo, y la Universitat Politècnica de València, liderada por estos cinco jóvenes ingenieros, consiguió colarse en la competición. Pero no sólo lograron clasificarse; el quinteto ganó dos de las tres categorías del certamen: la de diseño y subsistemas. Su diseño revolucionario dejó boquiabierto al jurado del concurso, compuesto por miembros de Tesla y SpaceX y los tutores de todas las universidades que participaron en la final. "La mayoría de los que se presentaron innovaron a su manera, pero dentro de lo convencional", asegura a 20minutos Juan Vicén, uno de los cinco galardonados. La innovación llegaba siempre bajo las directrices que hace unos tres años marcó Elon Musk para lo que él creía que era el tren supersónico: un convoy que viaja dentro de una cápsula y que alcanza las velocidades de un avión.  La mayoría de los que se presentaron innovaron a su manera pero dentro de lo convencional    Estos jóvenes valencianos quisieron diferenciarse del resto. Era fundamental para un equipo español que integraban solo cinco personas frente a otros que estaban compuestos por 50 y que contaban con más recursos económicos. Y lo consiguieron. Para ellos, el tren del futuro debería poder viajar sin raíles, lo que permitiría ahorrar hasta un 30% de los costes de construcción, que en cifras absolutas rondaría los 169 millones de euros. Pero ¿cómo viaja un transporte de estas características sin la base sobre la que se desplaza? La clave reside en la atracción magnética, que ofrece la posibilidad de que la vaina —nombre que recibe el prototipo— levite desde la parte superior en el interior del tubo de acero. Esta levitación magnética se diferencia de la configuración típica de aire a presión o repulsión magnética inferior. Así, los raíles sobran, y con ello el concepto que se tenía hasta ahora del transporte convencional. La dificultad de construcción es obvia, pero abarataría los costes. "Muchos pensaron que nuestra idea era imposible", comenta Juan visiblemente agotado y emocionado al teléfono. El sistema de propulsión que desarrollaron, similar al de una aeronave, utiliza un ciclo de compresión-expansión que permite el paso del aire a través de la vaina. Para perfeccionarlo, desarrollaron un sistema de frenado de emergencia y control de navegación para obtener un sistema tolerante a fallos. Los pasajeros de la cabina no notarían prácticamente la aceleración. La sensación sería similar a la que experimentan los viajeros de un avión en fase de crucero. Y su diseño permitiría recorrer distancias superiores a los 300 km —de Madrid a Valencia o de Los Ángeles a San Francisco— en 20 o 30 minutos.   Para dejar fluir su imaginacion —y siendo conscientes de que sin presupuesto no serían capaces de construir su modelo—, decidieron presentarse únicamente a las categorías de diseño y subsistemas dejando aparcada la de construcción. Preferían diseñar un prototipo que alcanzase velocidades supersónicas en lugar de reducirla. Y ganaron las dos: "Estamos muy contentos, no nos lo esperábamos para nada, íbamos a mirar".   "Sin recursos pero con motivación" Este grupo de jóvenes talentos se conoció hace tres años en la facultad. Y la universidad se les quedó pequeña enseguida. Soñaban a lo grande y ambicionaban con poner en práctica sus conocimientos más allá de las clases teóricas. Por eso fundaron el grupo Maker UPV —que da nombre al equipo—, una comunidad extraescolar para y por el aprendizaje de los estudiantes. Allí comenzaron a fabricar drones hasta que un día —por el mes de octubre— encontraron la inscripción al concurso de Hyperloop tras bucear durante horas por Facebook. Competir contra Berkley o Standford no les arrebató el optimismo, les alentó para superarse y no fijarse límites. Aunque compaginar sus estudios de máster —y sus exámenes— con la preparación del Hyperloop fue tareada complicada. No todos los profesores entendían la importancia del certamen, una cuestión que reivindican y ven fundamental para crecer a nivel profesional y abrirse puertas laborales. No hay que tener miedo, es cuestión de atreverse y de intentar superarse, porque con pocos recursos como nosotros se puede ganar En Estados Unidos, cuentan, la innovación y el aprendizaje práctico forman parte de los pilares fundamentales de la enseñanza. En aquel estadio de rugby de Texas que acogió la final, había representación institucional. Estaba, entre otros, el secretario de transportes. El quinteto español y ganadores absolutos del certamen no han tenido noticias de los políticos de su país: "A los soñadores en España se les toma por tontos, mientras que en Estados Unidos se invierte en ellos". El último estudio publicado por la Conferencia de Sociedades Científicas de España, una organización que representa a los investigadores autóctonos, avala los pensamientos del joven ingeniero industrial, ya que sitúa a España como el país de la OCDE que más ha recortado la inversión pública en I+D durante la crisis económica, lo que ha provocado la pérdida de 20.000 empleos en el sector de la investigación. Estos datos no alientan a los estudiantes españoles, y saben que el sistema les incita a emigrar para labrarse un futuro en el extranjero. A Juan, sin ir más lejos, le gustaría poder dedicarse a la ingeniería industrial en su país. Y sería una satisfacción hacerlo codo con codo con sus compañeros de cruzada, pero reconoce que es complicado. De su experiencia en Texas han aprendido muchas cosas —y les han empezado a llover ofertas de trabajo, también internacionales—, pero en especial que diferenciarse es garantía de éxito. "Te das cuenta de que con ilusión y con motivación se puede conseguir todo. No hay que tener miedo, es cuestión de atreverse y de intentar superarse, porque con pocos recursos como nosotros se puede ganar", explica con una motivación que se contagia con facilidad. De pequeño deseaba con convertirse en jugador profesional de la NBA. Con los años, colgó las zapatillas y los anhelos de la infancia para soñar a una escala aún mayor: intentar "cambiar el mundo" a través de la ingeniería. Ahora, a sus 23 años y acompañado de otros cuatro jóvenes talentos, Juan no busca conquistar las pistas de baloncesto; su sueño —y el de sus compañeros— se centra ahora en diseñar definitivamente el transporte del futuro, que llevaría nombre español.

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